viernes, 4 de diciembre de 2009

El Boulevard 14/Confesiones de un posible asesino

Ya hace mucho que no llego a la zona 5. Me gustaría caminar por el Boulevard de Jardines Sur a donde iba de adolescente a llorar sin lágrimas mientras me sentía tan solo, leyendo como un demente libros de Flaubert y poemas de Apollinaire. Me gustaban los grandes pinos con sus raíces heredando el matiz de las arrugas y los hongos líquenes que saltaban del suelo con un impulso vegetal. Me gustaba el Boulevard porque me lo enseñó mi madre una noche que estaba triste y fuimos a caminar como desamparados mientras las estrellas, al fondo del cielo, enchamarradas con las negras hojas, nos miraban de reojo pareciendo nada más que luces frías. En ese Boulevard besé a una novia y corrí por sus senderos llenos de agujas de pino pensando en el mañana y, también inventé que era un bosque que se desbordaba hasta cubrir las carreteras.

Ya hace mucho tiempo que no llego a la zona 5. Talvez desde que murió mi abuela y nos dejó solos en este mar de posibles desencuentros. Pero no puedo olvidar la Chácara ni el Edén. En la Chácara conocí amigos y, de lejos, a pequeños matones que desaparecían cada semana sin dejar rastro ni despedirse de nadie. Ladrones iracundos tatuados que se iban contra nosotros como cabros locos, para quitarnos un quetzal de la bolsa. En el Edén algunos amigos siguen vivos, pero hubo una época que al Little Rabit se lo cargaron de un escopetazo en la camioneta que asaltaba; fue mi único amigo loco, loco de esos cholos. Recuerdo al Otto con sus botas de felpa y al Daniel con su guitarra de charol. Recuerdo la Limonada, a sus cafres engasados y a sus princesas borrachas de oro rojo, jalando casi desnudas sobre un catre, líneas blancas y meteóricas. La Limonada era una colmena laberíntica donde cualquiera se perdía luego de un atraco. Pude ver a los niños ensayando a matar con pistolas de plástico y cuchillos de mesa, en vez de jugar pelota en el campo del Maracaná en el centro de la jungla.


Con mi madre y mis hermanos, gitanos de corazón, vivimos por toda la zona 5. De la Palmita, a la 5 de Agosto, de allí a la colonia Abril, de allá para Santo Domingo, caminado de noche y acortando las calles con la imaginación.


Ya hace años que no regreso a la zona 5. Mi hermana esta enterrada en el cementerio Los Cipreses, y en el segundo nivel esta mi abuela materna. Yo estoy vivo y alquilo un cuarto en la zona 1, ahora le sonrío a la violencia. Aún así, entre galerías Ultravioleta, en los magnos corredores de la casa de la familia Ibarguen y Casa Cervantes, sigo extrañando el Boulevard.

Texto: Lester Oliveros, para Mara Five.