martes, 24 de febrero de 2009

¡Los cuchillos, las tijeras que afilar!


Por si no te has dado cuenta utilizo el patio de mi casa para empezar a escribir. Como lo he dicho antes, es un canal entre la civilización y yo. Como recordarás en mi casa hay un naranjo, un lima y una granada. Son los únicos árboles frutales. Hoy me entretuve viendo a Matilde, la gata de la casa, como jugaba sobre el sillón del patio. Pero en un instante se incorporó y se agazapó, seguí su mirada, buscaba lo que la mantenía alerta. En eso vi como el murciélago daba una ronda más sobre el naranjo y salía en vuelo. Espectacular, fue una película muda. El silencio ese silencio envolvente. Creo a eso le llamaré inspiración.

Fue entonces que recordé, sea por magia, por intuición, o meramente un motivo innecesario para traer a la memoria cuestiones que parecen insignificantes, como cada vendedor de helados, afilador de cuchillos o zapatero ambulante, guardan una única cosa en común. Todos ellos en su voz resguardar y aprisionan a la ciudad, se puede escuchar el eco vacío y ensordecedor de Guatemala, de la zona 5 durante las tardes, aquellas largas tardes de desempleo.

Recuerdo una ocasión que unos ladrones trataron de asaltar a uno de estos sujetos. Creo que fue a un afila cuchillos de a pie, porque los había también en bicicleta. Dicen, porque yo no lo vi, que él tomo un cuchillo que guardaba entre el cincho y con él, marcó el rostro de uno de los ladrones. El otro se asustó y salió corriendo junto al ahora, ladrón marcado por siempre.El tiempo pasa y ellos se extinguen. Incluso hubo aquellos que reparaban ollas de peltre. Ahora , ausentes como son, creo que estos fantasmas de la cotidianidad ya solo habitan en mi cabeza. Pero lo sé, la zona 5 no eran la única con estas cualidades, aunque a veces, solo a veces, así lo parezca.

lunes, 23 de febrero de 2009

Aveces

Solo aveces.... veo estas cosas y pienso en la colectivdad de ahora. Muchas cosas de la cinta original me parecen falsas. No sé porque. Pero así.

domingo, 15 de febrero de 2009

Dopaje

El otro día me llamaron por teléfono. Me contaron que un miembro del Ministerio Público había sido asesinado. De inmediato encendí el televisor y puse las noticias. Tuve que mirar ochenta comerciales de detergentes para poder enterarme de que al muerto, le dispararon en la zona 5. Fui hacia la estufa de gas y encendí la llave. Tomé los fósforos y encendí uno. Lo coloqué junto a la hornilla y de inmediato la llama azul apareció. Puse a hervir agua en una olla de peltre. Cuando las burbujas de la ebullición comenzaron, tomé el agua y la serví en una taza. Me senté en la mesa, escuchando la voz que sale del televisor, narrando más crímenes. Agregué dos cucharaditas de café descafeinado (detesto esa porquería, es como pedir una cerveza sin alcohol) y empecé a recordar. Los campeonatos que hacían en la Ferrocarrilera. Eran olimpiadas o algo así. Yo debo haber tenido unos siete años, cuando mi tío me llevó a participar, por supuesto en contra de mi voluntad. Mi madre me puso la pantaloneta más pequeña que encontró, creo que para que me viera más gordo todavía. Y luego me dio unas palmaditas en la espalda y me mandó al matadero. Me inscribieron en la carrera de los veinte metros planos. O intentaban ser planos, porque la cuarenta y dos avenida deja mucho que desear todavía. Me pusieron en el carril seis. Mi tío me decía una y otra vez: "lo importante es competir". Joder, si sabía que no era atleta, ¿por qué la insistencia? Sonó el disparo y comencé a correr. Mis piernas pequeñas y gordas no daban para más. Llegué de último por supuesto. Todos se abrazaban, yo estaba contento de que aquella tortura hubiera terminado. Lo importante es competir, decía mi tío. Creo que al final, se lo decía a él mismo. Más que a mí. Mientras tanto, regreso a mi actual circunstancia: bebiendo café descafeinado. La televisión encendida con las noticias que procuro jamás ver y un colega muerto. En estas circunstancias, creo que empiezo a extrañar la maldita pantaloneta blanca que jamás me quedó. Demonios. Tengo que tomarme mi pastilla.

viernes, 6 de febrero de 2009

Alz

Noche con noche, la luz del poste parece flotar en el aire. Ambienta el lugar de una textura naranja que logra traspasar las hojas de los árboles que defiendo en mi casa, los que todos quieren talar.

El patio, herencia de mi abuelo que tanto defendió “es para que jueguen mis nietos”, es ahora cinco metros cuadrados que nos separan de la civilización. En el patio el tiempo no ha pasado. El Wolkswagen averiado de mi padre, parqueado desde hace 20 años en el mismo lugar, un monumento inamovible de su terquedad. Los lazos para secar la ropa al sol, casi tan viejos que con una mirada podrían romperse. Una sercha solitaria se columpia en uno de ellos, al compás del viento que silva entre hojas, mientas esa brisa empapa la torta de cemento donde tantas veces nos peleamos y jugamos con mis hermanos.

Si algo rescato de la zona cinco es que aún hay silencio por las noches. Es como vivir en una pequeñísima ciudad dentro de la ciudad mientras nosotros, en la ferrocarrilera y en tu caso la Monja, vivimos en los suburbios de esa ciudad minúscula e imaginaria.

Pasa el tiempo y la nostalgia siempre no obliga a regresar a esa época que no necesariamente es feliz, pero que nos enseñó el mundo, esa niñez tan guatemalteca, tan simple y tortuosa, similar a la de nuestros padres y abuelos de forma fractal. Pero todos los climas y fiesta se viven mejor ahí, no será para menos, por obvios motivos, el 1 de noviembre es de los mejores días. El cementerio Los cipreses convoca a tanta gente... pero bueno vos sabés mejor de eso, vivís a media cuadra de él.

Espero estés bien, el hecho de no saber que sucede en tu vida solo responde a ciertas circunstancias.

A) se te olvidó que tenías que escribir, o se te olvidó escribir. Esto gracias al Alzheimer que tortura a la gente de nuestras edades.

B) Que dado el tipo de trabajo que tenés la perseguidora te ha obligado a temer de todo e incluso de escribir y por ello no tenés forma de comunicarte.

C) Que ya no te interese publicar tus memorias como habíamos acordado que se utilizaría este espacio.

Bueno sin más que agregar me suscribo con la esperanza de ver que nuevas ocurrencias acontecen en tu vida de servidor público. Recordá, escribir distrae es un ejercicio catártico y más del algún morboso pasará pro aquí para leer que pasa con la Marafive.