miércoles, 26 de agosto de 2009

Las putas rifas

Al final del arcoirís hay un ticket "cambiese por un lugar en el paraíso

No hay adolescencia miserable sin rifas de iglesia. No no, no es de exagerar, en realidad es una miseria lo que se vive al tratar de vender los numeritos. Dejá explicar. Imagináte con 15 años, el año es 1998 y te encontrás frente a la entrada de un supermercado. Dos horas después no has vendido ni dos de los 25 números de la lista que, so pena de muerte, te fueron impuestos. Pero claro, quien iba a invertir Q5 en una rifa de iglesia en esa época, en un certamen en donde era una tostadora el premio más costoso. Hay las iglesias de la zona 5.

No es exagerar, el punto es que la fe nos hace, o hace que nuestros padres, tomen decisiones que al final nos afectan la vida. “Eso te forja el carácter” claro, que mejor manera que tener al hijo en la entrada de un comercial vendiendo números mientras podría estar en cualquier otro lado del mundo disfrutando los pocos días de libertinaje que le quedan antes de entrar a la universidad y la vida laboral, de la que no saldrá hasta el resto de sus días.

¿Qué pasa cuando no podemos vender todos los números? El chantaje emocional no tenía precedentes, era como si al tomar la lista y no venderla, era equiparable a escupirle el rostro a la virgen, levantarle la túnica y revisar si en realidad usa o no calzón. No tenía nombre, así de simple.

Recuerdo una vez, pero estaba más pequeño, quizá 1994, en la Iglesia habían hecho otra de las rifas, Yonatan había decidido gabetear lo de su rifa, vendió los diez números de Q2 y entregó la lista sin el dinero. La humillación no tuvo precedentes. Jonatan lloraba, la voz de doña Ana María retumbaba en los oídos de aquél, la señora se aseguró que nunca olvidase que era un ladrón y que le había robado al mismísimo Dios, pues el dinero era para su obra. Jonatan no regresó nunca a la iglesia.

Nosotros (mis hermanos y yo) por el contrario pensamos “eso a mi no me va pasar” vendimos la lista, nunca robamos un centavo. Yo lo que cuestiono no es el robar, cuestiono el asunto de la fe. Si nosotros no decidimos gabetear no era por cuestiones de fe, era por cuestiones de autoestima.
Nadie quería que lo humillaran públicamente, Yonatan fue el chivo expiatorio, que la catolicidad siempre busca para enseñar. Entonces, al final, es más posible que la obra estuviese desvirtuándose, del “voy a vender la puta lista de la iglesia por que alguien me dijo que debía hacer y por alguna extraña razón, a la que llamamos fe lo hago” al “vendo esta puta lista porque no quiero que me humillen pues al final con esa doña no hay que meterse y hay que hacer lo que dice, simplemente porque si”.

Es grato pensar que la adolescencia más dura (dentro de la normalidad de los suburbios de una ciudad de tercer mundo, clase mediera, religiosa y poco violenta) del país es la propia, y sobretodo, la de la zona 5. Pero no nos engañemos, al final todos pasamos por ese tipo de cosas, si no son las rifas de la iglesia, son las del colegio y si no las de la colonia... y todas coinciden con lo mismo... son impuestas, y es una verdadera mierda venderla.
El colmo llegó al punto de que al trabajo te llega la lista, te persigue. Me enteré, no sé si es cierto, pero tengo entendido que en empresas, de esas que ayudan a niños con cáncer con rifas, obligan a todo su cuerpo de trabajadores (imaginen la cantidad de gente) a vender los talonarios y esto es a la fuerza pues si no lo hacen, los trabajadores deben pagar los numeritos.
Sea como sea es a la fuerza, vemos por las calles niños, jóvenes y adolescentes vendiendo números la pregunta es, cuántos de esos niños lo hacen con voluntad propia, y mejor aún ¿De qué me sirbe a mi haber perdido el tiempo vendiéndolas?


2 comentarios:

  1. Hace dos días compré un número de la rifa Scout y justamente recordé lo cabrón que es vender esas cosas. Vaya que las de la iglesia casi siempre me las toreé

    ResponderEliminar

diga, sin pena.